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Europa Historia Contemporánea

La desigualdad del Progreso

El siglo había empezado de forma muy prometedora con las Guerras Napoleónicas y de Independencia. Se torció con la Restauración del Antiguo Régimen. Se había creado un nuevo orden que nada bueno traía para las clases trabajadoras. Ahora todos eran iguales ante la ley. Es verdad. Pero algunos eran más iguales que otros. El tercer estado había luchado unido contra los otros dos, pero al final la burguesía se había abierto hueco en el establishment y el proletariado no. Se pidió a los trabajadores que volvieran al trabajo y que guardaran silencio. Para muchos, el sueño revolucionario se había quedado en agua de borrajas.

– «¡Vivimos en una dictadura! Una autocracia que se autoperpetúa y en la que las clases trabajadoras…»
– «¡Ya estamos con lo de las clases!».

La Revolución Industrial generó empleo para todos. Las ciudades se llenaron de gente dispuesta a ocupar su puesto junto a las máquinas. Disuelta la sociedad estamental y siendo iguales ante la ley, cualquiera que trabajara lo suficiente podía llegar a lo más alto. ¡Meritocracia! Al fin y al cabo, quien no es rico es porque no quiere. O eso dicen. El producto de trabajadores y máquinas no se distribuía igual entre proletarios y patronos. Es más, la imposición del capitalismo obligó a la población a emplear a su prole en la fabricación de herramientas de conquista y expansión que no hacían más que aumentar las desigualdades y la pobreza. Dentro y fuera de Europa. Los artesanos fueron arrojados al paro por las máquinas. Las condiciones laborales y de vida mejoraban a distinto ritmo para la mayoría que para la minoría. 

Por supuesto surgió una respuesta. Se crearon sociedades obreras, se recurrió a las huelgas y a la «negociación colectiva por disturbio» a través de agitación callejera, publicación de periódicos y motines e insurrecciones. Se demandaba la libertad de asociación, el mantenimiento de los salarios, la disminución de las horas de trabajo, la aprobación de leyes de protección social y la creación de tribunales mixtos de patronos y obreros para resolver conflictos. La creación de sindicatos y asociaciones fue dando forma al movimiento obrero. Frente al individualismo burgués, los obreros buscaban la cooperación de la sociedad. El socialismo. 

Gulliver, en sus ratos libres, era un ludita.

La primera reacción organizada surgió en 1820 en España, Portugal, Italia y Grecia -el top ten de las potencias europeas- como resistencia a la Restauración. Diez años después Francia tuvo una rabieta y sus revueltas fueron más sonadas. El movimiento obrero comenzó a organizarse. El comunismo definió los problemas: la distribución injusta de la producción y la alienación del trabajador. Y las soluciones: la colectivización de los medios de producción y la dictadura del proletariado. El anarquismo fue un paso más allá. El problema no acabaría con la eliminación de las clases propietarias. Cualquier forma de autoridad debía ser abolida. «El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente». La primera muestra organizada del movimiento obrero fue la Primavera de los Pueblos -en primavera, sí, nadie se rebela en enero. Acabó con la Europa de la Restauración y extendió el sentimiento nacionalista por los diferentes países. Lo que pretendía ser la unión de los pueblos, acabó siendo cada pueblo por su lado. Al final, las ideas socialistas quedaron sepultadas por la creación de nuevos Estados y el auge de los nacionalismos.

La libertad guiando al pueblo. Delacroix
Tetas.

Además, el nuevo orden dejaba fuera a varias minorías. Los no-nacionales, los no-blancos, los no-adultos, los no-heterosexuales y los no-varones. Las desigualdades laborales siguieron -y siguen- existiendo a pesar de las campañas. Muchos obreros buscaban la igualdad, pero entre ellos. Y si la desigualdad ya era grande en casa, era mayúscula en las allende los mares. Los magnates en las colonias, como los patronos en Europa, esquilmaron los recursos y explotaron a la población. Se asimilaron las elites indígenas dentro de la nueva administración colonial, potenciando e inventando nuevas desigualdades. Se produjo un proceso de occidentalización -forzosa o voluntaria- y de deformación de la cultura autóctona. Y una expansión del racismo y de la diferenciación étnica artificial.

En África, desde el Cuerno hasta El Cabo todo es Rhodes.

Por si todo esto no fuera poco, el Romanticismo extendió entre los intelectuales las ideas de la exaltación de la patria, la libertad y la independencia. El individualismo fue llevado al paroxismo. El movimiento obrero quedó anestesiado y fragmentado en departamentos estancos. La pretensión de unión transnacional de los obreros del mundo fue asfixiada por el nacionalismo. Pero en muchos casos la gente acabó por no sentirse ni parte de una clase, ni parte de una nación. Menos cuando hay fútbol, claro.

A final de siglo, el orden decimonónico estaba en su máximo esplendor. Había resistido los envites del movimiento obrero y se había expandido a todos los rincones del globo. Los ideales del capitalismo y el nacionalismo no hacían sino fortalecerse y todo indicaba que seguirían por ese camino. Al menos mientras aguantara el frágil equilibrio entre el sistema de propiedad desigual y la atomización social. El caldo de cultivo perfecto para la revolución. ¡Para la verdadera Revolución! ¡Pronto sería el tiempo de las masas! Pero no mientras prevaleciera la eficiencia del Estado. 

2 respuestas a «La desigualdad del Progreso»

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